lunes, 6 de febrero de 2012

LA OTRA CARA DEL BÉISBOL CUBANO/Ernesto Vera Glez

Cuando el jardinero Yoanis Quintana pegaba espectacular jonrón en el noveno inning y Holguín le empataba el juego 3-3 al Villa Clara, el estadio “Mayor General Calixto García Iñiguez” pareció ser sacudido por un terremoto. Mientras  el veterano pelotero le daba la vuelta al cuadro y sus compañeros preparan el eufórico recibimiento, más de 15 mil personas convertían el repleto graderío en una verdadera fiesta de pueblo. Tal parecía que se discutía el titulo de Cuba en su Liga Nacional de Béisbol.
Un capítulo después el talentoso torpedero Yordán Manduley sellaba la victoria con un cañonazo al centro y entonces la explosión de júbilo se apoderó nuevamente del emblemático recinto deportivo como una tormenta que abarcaba el terreno de juego-donde disfrutaban los protagonistas- y todos sus alrededores. Al grito casi unánime de ¡Holguín, Holguín, Holguín!, las luces del estadio se fueron apagando tenuemente, mientras una enorme multitud abandonaba su arquitectura interior para convertir las áreas aledañas en un verdadero carnaval popular.

Esa es la fuerza espontánea que hace único este evento donde el pueblo se confunde  con sus atletas y sus atletas con el pueblo. Es el grito de identidad que sale del corazón, que se mezcla con el sudor y con las lágrimas, es el incontenible orgullo por la patria chica, es el canto mismo al terruño.
Así sucede semana tras semana en Matanzas, Ciego de Avila, Pinar del Río, Cienfuegos o Las Tunas. Es una escena que se repite también en pequeños poblados cabeceras municipales como Yara, Contramaestre, Moa, Jobabo, Cruces o Jovellanos. Allí también llega “rumba” de la pelota con su inigualable cargamento de emociones.
Sin pretenderlo, estos son los hechos irrefutables que justifican todo el esfuerzo del estado para mantener viva la serie nacional con su estructura actual donde cada provincia tiene su equipo, sus seguidores, su público, su gente.
Alguien ha dicho con sobradas razones que toda obra humana es perfectible y bien vale la pena que nuestro béisbol sea parte de este proceso de perfeccionamiento del Socialismo que por estos días respiramos. Sí, socialismo dije y lo ratifico porque de otra manera estas escenas de júbilo serían incapaces de narrar, aún cuando sea el deporte nacional de los cubanos.
Ya sé las reacciones de los que de afuera o de adentro únicamente piensan en el deporte como lucro, negocio, dinero, etc. Y de plano piensan en cuanto ganaría fulano o mengano si estuvieran en las Grandes Ligas o en este o aquel lugar.
Alguna fórmula se va a encontrar para que este deporte no solo se mantenga, sino que se consolide. Hay que estar a tono con los tiempos que vivimos y en consecuencia de ello actuar en función de lo que pueda resultar positivo tanto para los atletas como para esta disciplina en general. Hay que jugar con el primer nivel, pero a la vez sacar conclusiones de otros países del área que tienen a decenas de peloteros en el profesionalismo, pero en ocasiones les resulta casi imposible asistir a un evento internacional porque los dueños de los clubes no le “autorizan” a sus propios representantes.

Los más jóvenes no saben que antes de 1959 la liga de Béisbol profesional de Cuba tenía cuatro equipos nada más. Que sus nombres eran Almendares, Habana, Cienfuegos y Marianao; que del norte venían peloteros a “reforzar” las novenas y que casi el 95 por ciento de la pequeña temporada se jugaba en la capital del país, que los aficionados de Holguín, Bayamo, Ciego Avila o Guantánamo se contentaban con disfrutarle por radio mayormente. Que en el resto del país se jugaba a la pelota de manera informal, sin calendarios, con medios propios, casi siempre en bateyes de centrales azucareros o con fines propagandísticos de algún empresario. Que solo la Revolución organizó la práctica de esta disciplina a lo largo y ancho de todo el caimán.
Hasta 1961 hubo Béisbol rentado en Cuba y entonces una buena parte de sus practicantes se marchó a Estados Unidos con el nacimiento de la verdadera serie nacional que en su primera versión se jugó con cuatro equipos. Después se amplió a seis, luego a 12 y hoy son 17 novenas que se desplazan por toda la geografía cubana convirtiendo los estadios en un sitio de entretenimiento, fiesta e identidad.
El Béisbol en Cuba es más que un deporte, forma parte de nuestra cultura y así habrá que obrar para que crezca fuerte y saludable. Que los métodos y fórmulas para llevarlo adelante no hagan que muera ese patriotismo provinciano que convierte los estadios en una fiesta popular y que es un canto a la patria grande.

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